Guillermo R. TRIPELON
La residencia del Arzobispo de Sevilla, un histórico palacio renacentista y barroco situado junto a la Catedral, abre sus puertas a los visitantes dos sábados al mes. Es la tercera pinacoteca más grande de Sevilla después del Museo de Bellas Artes y la Catedral.
Las entradas pueden adquirirse a través de la página web de la Archidiócesis de Sevilla. Su precio es de seis euros y se pueden reservar hasta cinco entradas por persona. Cabe destacar que el primer turno de visitas del segundo sábado del mes es gratuito.
A continuación, un adelanto de este ‘paseo’ histórico y cultural. En esta ocasión, nuestro guía fue el delegado diocesano del Patrimonio, Antonio Rodríguez Babío. El recorrido comienza a la sombra de la Giralda, ante una grandiosa fachada bicolor de piedra y ladrillos almagra. El portal está escoltado a ambos lados por columnas corintias. El saludo de los ángeles esculpidos en el vado y el escudo del Arzobispo Arias dan la bienvenida a este edificio que se comenzó a construir en el siglo XVI.
Tras pasar un perímetro de seguridad, entramos en un patio de colores ocre con arcos de medio punto. A la derecha, se ubican los primeros peldaños de una imponente escalera de mármol bicolor y de caja rectangular, que se eleva a dos niveles de columnas. La envuelve una gran bóveda elíptica de medio punto decorada por pinturas del artista Juan de Espinal. Al contemplarla, nos sentimos cobijados por ángeles cuidadosamente pintados. La simbología y la riqueza de los detalles en las imágenes impresionan, “ayudan a encontrarse con el Señor”, apunta Antonio.
Una vez en la planta alta, a mano derecha, se accede al salón de Santo Tomás, donde cuelga uno de los seis zurbaranes que tiene el palacio. Un retrato del cardenal Salcedo, de Domingo Martínez, invita a entrar en el Gran Salón. A través de la puerta del despacho adyacente se percibe un Murillo: ‘La aparición de la Inmaculada al franciscano Juan de Quirós’, del retablo de la Vera Cruz.
En el Gran Salón, los 60 cuadros que ornamentan el techo y las paredes de esta sala rectangular dejan atónito al visitante. Serpenteando entre las mesas de nogal, observamos el techo entallado con escenas escriturísticas. Y en las paredes, dos filas de cuadros con representaciones de estilo barroco del Antiguo Testamento, pintadas por Juan de Zamora, y del Nuevo Testamento, obra de Juan de Espinal.
El Gran Salón une diversas estancias nobles. Una de ellas es el Salón del Trono, que está revestido con el color púrpura cardenalicio y bordaduras doradas. Contiene un trono y retratos de cardenales como Bueno Monreal y San Isidoro. El salón del Trono da paso al Anteoratorio, donde se conserva el sillón que usó Juan Pablo II en su última visita a Sevilla, y a la Capilla.
Desde el Gran Salón accedemos al Antecomedor y, también, a la Galería del Prelado. En el vano de la puerta de la Galería, impacta un cuadro que representa el cuerpo en escorzo de San Juan Bautista decapitado, obra de Mattia Preti.
El edificio, de estilo renacentista y barroco, está ubicado junto a la Catedral
y alberga en su interior pinturas de Murillo, Zurbarán, Preti o Juan de Espinal
Al cruzar la puerta de la Galería las miradas de 90 cardenales y obispos que han habitado en el palacio a lo largo de su historia se posan sobre al visitante. “Es una galería con retratos que tienen un gran valor documental”, señala nuestro guía. La sala acaba en un cuadro de una Inmaculada de finales del siglo XVI. Igualmente bellas son las pinturas del techo, que representan la vida cotidiana y la tradición culinaria del barroco.
En relación a la simbología de las obras, según Rodríguez Babío, “el arte que tenemos aquí lo usamos para evangelizar”. Independientemente de su interpretación, la visita es una oportunidad para conocer, en un enclave histórico, piezas del que puede considerarse uno de los museos de Sevilla.